La inmovilidad del aire, la sensación de respirar calor, el sol abrasador sobre la piel, que parece haber olvidado la capacidad de sentir otra cosa que no sea calor, el sudor permanente, el mal humor de la gente, un coche sin aire acondicionado y con asientos fabricados para largos inviernos, el tiempo inmóvil, los días eternos. Odio el calor, queridos visitantes.
Pero lo odio mucho y en todas sus variantes (seco, húmedo, diurno y nocturno) no sólo a un nivel físico: mi cerebro parece dedicarse a mantener las constantes vitales lo más estables posibles y poco más, mis pensamientos son más lentos y mi subconsciente se vuelve indolente y un tanto abúlico.
Por eso se agradece tanto el fresquito, siempre que no sea ese frío de nevera de El Corte Inglés, que es un bálsamo momentáneo que sólo sirve para padecer en verano enfermedades invernales en las que uno se hace consciente que esas glándulas de la garganta pueden no tener utilidad alguna, pero duelen.
Se agradece el fresquito de una ventana abierta al atardecer, que genera una corriente de aire que acaricia la piel, que recuerda al cuerpo que no todo el aire está caliente y que después del calor abrasador a veces llega la recompensa del fresquito.
Tuve un profesor de Análisis Musical hace tiempo que siempre decía que su pretensión pedagógica no era que nosotros, sus alumnos, fuéramos grandes especialistas en su materia, sino que pretendía "abrir ventanas" a nuestra curiosidad, crear la posibilidad de que miráramos más allá. He pensado estos últimos días en la frase de mi profesor, porque yo estoy haciendo exactamente eso, abrir ventanas.
Estoy participando en un espectáculo flamenco, y disfrutando de ello. Cuando uno, siendo músico, se dedica durante mucho tiempo a la misma cosa, en mi caso la música sinfónica, es como cuando uno no abre nunca las ventanas de una habitación: el ambiente se carga y hace mucho calor. ¡Hay que renovar el aire!
Esta experiencia, nueva a todos los niveles para mí también me permite compartir escenario con músicos excepcionales, llenos de sensibilidad, como es el caso de José Luis Montón, de cuyo arte os dejo un par de pinceladas.
Por el fresquito, con las ventanas abiertas.
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